Algo más que conservación

En la década de 1970, los líderes conservacionistas no esperaban que el Convenio sobre Diversidad Biológica, firmado en 1992, fuera a incluir temas como biotecnología, derechos de propiedad intelectual y transferencia tecnológica.

Waterton Lakes National Park, Canada Photo: Shutterstock /Jason Patrick Ross

En la década de 1970, los líderes conservacionistas no esperaban que el Convenio sobre Diversidad Biológica, firmado en 1992, fuera a incluir temas como biotecnología, derechos de propiedad intelectual y transferencia tecnológica.

En 1982, Cyril de Klemm, miembro de la Comisión de Derecho Ambiental de la UICN, propuso la idea de elaborar un “convenio mundial para la conservación de especies y hábitats naturales”. En aquel momento, nadie en la UICN habría podido predecir que el tratado final, firmado 10 años más tarde durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, incluiría temas como biotecnología, derechos de propiedad intelectual y transferencia tecnológica.

La década de 1970 fue la edad de oro del derecho ambiental. Después de la Conferencia de Estocolmo, que puso claramente el medio ambiente en la agenda internacional, los gobiernos firmaron tratados internacionales y adoptaron mecanismos legales para un amplio rango de tópicos, desde la contaminación atmosférica hasta el Patrimonio Mundial, así como convenciones importantes sobre el comercio de especies amenazadas (CITES), humedales (Convención de Ramsar) y especies migratorias (Convención de Bonn) – lo mismo que instrumentos no vinculantes como la Carta Mundial para la Naturaleza.

La UICN jugó un papel fundamental en muchas de esas iniciativas. Particularmente, la Comisión de Derecho Ambiental brindó asesoría técnica y ayudó a preparar borradores de artículos. A pesar de esto, a principios de la década de 1980, algunos miembros de la Comisión sintieron que los tratados específicos, con un enfoque centrado en ciertos grupos de especies o regiones particulares, no permitían proteger la naturaleza como un todo.

Para llenar ese vacío jurídico, Cyril de Klemm introdujo un nuevo enfoque: un tratado internacional que confería a la comunidad mundial la propiedad de las especies y hábitats naturales (“el patrimonio genético de la humanidad”).

A mediados de la década de 1980, llegó la hora de sacar adelante esta iniciativa. Las investigaciones realizadas por biólogos como Norman Myers, Paul Ehrlich y Michael Soulé indicaban que se estaba dando una crisis mundial de extinciones sin precedentes.

En 1986, estos científicos organizaron un Foro Nacional sobre Biodiversidad en Washington D.C., que generó una toma de conciencia política y pública a nivel mundial. Al mismo tiempo, la Comisión de Derecho Ambiental de la UICN, en colaboración con el Grupo Asesor Conjunto sobre Plantas de la UICN y el WWF, prepararon borradores de artículos para un Convenio para la Conservación de la Diversidad Biológica. Basándose en las sugerencias de Klemm, el borrador de la UICN definió la diversidad biológica como patrimonio común de la humanidad e introdujo los parques nacionales y áreas protegidas como las herramientas más eficaces para protegerla.

En 1988, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) asumió el papel de coordinador de esfuerzos para el desarrollo de un convenio sobre biodiversidad. La agencia de las Naciones Unidas convocó primero que nada una reunión de líderes científicos en la que científicos como Martin Holdgate y Jeffrey McNeely representaron a la UICN. Durante las negociaciones políticas que siguieron, entre 1988 y 1992, el papel y la influencia de la UICN fue disminuyendo gradualmente.

Por ejemplo, en su autobiografía Pingüinos y Mandarines, Holdgate recuerda que “incluso un experto como Jeff McNeely tendría una influencia limitada en las discusiones dentro de las cámaras de negociación”. En el curso de las largas y difíciles negociaciones, los diplomáticos introdujeron diversos temas nuevos, a la vez que rechazaban algunas de las propuestas originales de la UICN. Como resultado de esto, el Convenio sobre Diversidad Biológica (CBD) pasó de ser un tratado sobre especies y parques a un mecanismo mucho más completo que trata temas como biotecnología, derechos de propiedad intelectual y transferencia tecnológica. Hasta el último momento, los diplomáticos seguían divididos en relación con la interpretación exacta de estos temas adicionales. Fue únicamente gracias a la energía de Mostafa Tolba, Director Ejecutivo del PNUMA, que la convención pudo estar lista para la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, donde fue firmada por 150 líderes gubernamentales.

Después de la Cumbre de la Tierra, la UICN buscó un papel adecuado dentro de la nueva infraestructura burocrática creada por el Convenio sobre Diversidad Biológica. Dos de las iniciativas de la organización sobre biodiversidad resultaron influyentes.

Primero, McNeely organizó un Foro Mundial sobre Biodiversidad, en el que los expertos pudieran intercambiar ideas sobre todo tipo de temas técnicos en preparación de la Conferencia de las Partes del CBD. Uno de los legados más importantes de este Foro fue que los participantes incluían no sólo expertos científicos y responsables de creación de políticas, sino también “nuevos” socios, como por ejemplo representantes de empresas e industrias, y líderes indígenas.

Segundo, en 1992, como parte de su campaña sobre la biodiversidad, la UICN y el PNUMA publicaron la Estrategia Mundial para la Biodiversidad. El documento enfatizaba la importancia de realizar inventarios de biodiversidad y abrió el camino para la Evaluación de la Biodiversidad Mundial (1995), un esfuerzo trascendental en el que expertos de la UICN como Vernon Heywood jugaron un papel prominente. En esas tareas, que se realizaban paralelamente al proceso diplomático, la UICN demostró su mayor fortaleza.

 

Hans Schouwenburg

Universidad de Maastricht, Departamento de Historia

Hans.schouwenburg@maastrichtuniversity.nl

Lea más sobre este tema en: Nature’s diplomats: Ecological experts and the conservation policy of international organizations (1920-2000)

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